La creación de Anemone

04/05/2019

Mirra está desesperada. Mirra esá completamente enferma. Acaba de llegar a casa de su turno de noche en el bar y ya sabe que no va a poder dormir en todo el día pensando en su padre. Pensando en su padre todo el día y en cómo le acarició la espalda cuando se despidieron y cómo durante toda la noche cualquier cliente que se le acercaba le parecía un extraño un cuerpo vacío y cómo no sabía dónde estaba ni que hacía solo pensando en sus dedos lentamente desplazándose por su columna vertebral y todo su cuerpo tenso y presente no como ahora, que se mira al espejo mientras se desnuda y que piensa que es una puta, que está enferma, que es una escoria para la sociedad o quizá ha llevado demasiado lejos sus ideas sobre la liberación sexual no lo sabe, lo único que sabe de verdad es que sus ingles comienzan a temblar al recordar el beso que su padre le había dado en la mejilla exactamente igual que cuando se ha corrido varias veces justo en el momento en el que se siente más y su coño se humedece, le arde y le arde y ella se vuelve menos sólida más fluida más dócil se vuelve loca y enferma y sus arterias se dilatan y su cuerpo plagado de sangre intenta romper las barreras de su piel cuando le toca, cuando recuerda que le toca solo entonces esta viva solo esto lo sabe y lo otro, lo otro son solo especulaciones piensa esquivando el reflejo de su miserable débil enferma carne en el espejo. ¿qué pasión me enloquece? ¿Qué deseo hacer? Porque está locamente enamorada y necesita saber más y necesita que las preguntas paren y con el recuerdo vivo de los besos y las caricias de su padre quemándole la piel se mete un par de dedos húmedos en el coño y sólo así su mente se acalla, mientras con la otra mano aprieta fuerte el cinturón de su cuello para llegar al punto exacto de asfixia en el que la conciencia se diluye en el más absoluto y concreto placer carnal.

Desesperada, tras noches de trabajo y días de insomnio buscando su cuerpo intentando sentirse viva, arrastrada por la locura que es el fin del entendimiento y la razón y sumida en un absoluto e insondable éxtasis, como arrastrada por un impulso por escapar de una muerte asegurada, decide engañar a su padre y hacerse pasar por la puta que todas las noches, lejos del control de su mirada en la oscuridad en la que su padre puede subvertir su propio orden, le entrega su cuerpo. Y así noche tras noche, justo antes de entrar a trabajar, su padre la posee y su conciencia se diluye y su cuerpo toma forma y consistencia y su corazón irradia potencia y luego, solo apenas unos minutos sus pieles separadas y su polla lejos de su inocente cuerpo, Mirra es incapaz de dejar de temblar al recordar cómo un escalofrío recorre se espalda, como si a cada embestida de su padre cuando le agarra el pelo y le llama guarra el filo helado de un glaciar se abriera camino a través de la roca y la destrozara para darle forma y esta roca fuera su cuerpo rígido esperando ser moldeado y necesita más, se consume, está muerta, está locamente enamorada y cuenta las horas, los minutos los segundos para volver a sentirle cerca y que le toque le destruya y le de forma. Necesita que le enseñe a comprenderse, mientras su vientre gesta el fruto de sus deseos pecaminosos e inmorales.

Hasta que una noche, Ciniras, incapaz de no atrapar con su mirada la carne que en la oscuridad se le ofrecía tan salvajemente, tendiendo una trampa a Mirra, su hija, decidió encender la luz mientras le follaba la boca a aquella puta que tan bien conocía cómo hacerle ceder y perder el control. Cuál fue su sorpresa al descubrir que los ojos que le observaban en la oscuridad, que la nariz que tantas noches se había parado a oler profundamente el intenso denso y profundo olor de su escroto, la boca el pecho el culo que le había vuelto loco era todo ello de su hija. Tenía que matarla, tenía que acabar con ella, perdió el control y comenzó a gritar y pegar puñetazos contra la pared, llamándola puta, llamándola guarra, diciendo que ella le había hecho estar así, volverse loco, era su culpa, le decía a Mirra, era todo su culpa por ser basura por estar enferma él no lo podía aguantar, el mero pensamiento de sus dedos dentro del coño de su hija le producían ganas de vomitar y se odiaba por ello y era su culpa, le repetía a Mirra, ella le había obligado a matarla y Mirra asustada salió corriendo a la calle, cubierta solo por las sabanas manchadas de semen intentando encontrar cobijo aunque ahora, lejos de su padre, sabía que nadie le ayudaría, que era todo eso que su padre le había dicho, porque él tenía la verdad, que estaba enferma y su sangre estaba llena de veneno pero también sabía que en su interior sus células se habían ya reproducido y que el testimonio de su locura vendría a este puto mundo a recordarle para siempre que nunca cambiaría y recorría descalza las aceras donde la mierda se apilaba convencida de que su padre le perseguía y sin entender por qué estaba mal que ella hubiera finalmente cedido a todos los deseos de su padre tal y como él le había enseñado siempre tal y como le habían enseñado ella ya no comprendía nada y de repente, con la brutalidad con la que el río rompe las gruesas paredes de una presa y sigue su cauce, un torrente imparable comenzó a brotar de entre sus piernas a recorrer sus muslos y éste líquido caliente y fuerte llegó a sus pies descalzos corriendo entre la mierda y resbaló y su cabeza se golpeó fuertemente contra el suelo y su columna venció y Mirra solo sintió cómo sus músculos empezaron a volverse cada vez mas ligeros como la fuerza de la gravedad empezó a dejar de hacer efecto en su piel cómo su conciencia empezó a distanciarse de su carne y lentamente todo su ser se hundió en aguas oscuras y profundas en las que podía dejarse llevar donde la luz no llegaba ni el entendimiento ni el conocimiento donde desapareció su cuerpo y su conciencia y de ésta corriente nació Adonis, su pequeño cuerpo tendido en el asfalto lleno de cigarrillos alquitrán polvo y aceite mezclado con su sangre, y el cuerpo de su madre en estado vegetal con la columna partida e incapaz de atender sus sollozos. Condenada a morir por su naturaleza.

El niño mas bello jamás engendrado, Adonis, que fue recogido por una puta que le encontró indefenso y le salvó de una muerte segura. Adonis creció rodeado de mujeres, en la casa en la que vivían todas vivían juntas jugaban con él le enseñaban, eso cuando no estaban buscándose la vida con los clientes en la calle. Hasta que un día Venus, que estaba de paso por aquel horrible barrio de delincuentes, le vio sentando en un banco y se enamoró locamente del apuesto joven. Venus venía de la alta cultura, que era el eufemismo bajo el que escondía su vergüenza por ser la hija del banquero que había comprado todos los edificios en los que vivían Adonis y sus semejantes para controlar la prostitución y poco a poco hacer una limpieza de ese barrio lleno de negros, gitanos, putas y yonkis, y estaba convencida de que vida de kinki que llevaba Adonis no le hacía nada bien a aquel joven. Bueno, sobre todo pensaba que era un desperdicio que semejante belleza se mezclara y entremezclara en los asuntos de la baja calaña y de los delincuentes y rateros con los que había crecido porque Venus sabía, y de eso estaba convencida, que todos los pobres y los hijos de las putas no valían para nada y que Adonis, de cuya imagen no lograba desprenderse, no podía pertenecer a ese mundo de miseria que nada tenía que ver con la pureza de la belleza que sus ojos bien sabían identificar. Por eso, una tarde, le pidió a su chofer que le acercara en su mercedes gris plateado metalizado con las ventanas tintadas al barrio de las putas a buscar al joven Adonis, para intentar convencerle de que dejase las tonterías en las que andaba metido antes de que acabaran matándole en una absurda pelea por unos pocos gramos de hachís. Ahí se le encontró a Adonis leyendo en un banco y aprovechó para contarle la historia de Atalanta e Hipótemenes, dos conocidos suyos del liceo en el que estudió que decidieron revelarse contra su acomodado destino e irse a vivir juntos a uno de los barrios de fama similar al del apuesto Adonis, rechazando cualquier ayuda por parte de sus familias que, por otra parte, eran de las más ricas de la ciudad, para vivir libremente su amor. Y lo que en principio les parecía una revolución personal y política en contra de un sistema injusto que les había condenado a ser niñatos ricos y acomodados que jamás sabrían lo que es la necesidad acabó por convertirse en su final trágico, una noche en la que un yonki, muerto de mono (y estas fueron las palabras de Venus) les vio pasar y supo inmediatamente, por su forma de andar, por su rostro, por lo cuidado de su cabello, por su gesto y por su voz que aquellos dos enamorados serian una mina de oro, que no pertenecían a su mundo sino al mundo de los poderosos y secuestrado por el pensamiento de los próximos picos que estos niños ricos le iban a garantizar sacó su navaja y ahí mismo, en el portal del piso en el que comenzó su pequeña revolución, acabó con sus vidas y encima por nada, porque ni Atalanta ni Hipótemes tenían algo de valor. Comprenderás, amado Adonis, por qué no deseo que expongas tu precisa existencia en parecidas aventuras, concluyó Venus.

En cuanto Venus se marchó en su mercedes, Adonis vio pasar a dos chavales a los que les había vendido un par de gramos de coca mal cortada para sacarse un dinero extra e intentó esconderse, pero éstos le vieron de lejos y le persiguieron. Cuando llegaron a apresarle, comenzaron a pegarle puñetazos y patadas mientras le gritaban puto maricón, nos vendiste una coca de mierda, estaba cortada con aspirina y le decían te vamos a deformar esa carita guapa a ver si te atreves a jugárnosla otra vez y también decían ve a decírselo a la puta de tu madre o a sus amigas, ¿qué te esperabas?, hasta que uno de ellos sacó una navaja de más de cinco dedos de largo y le empezó a apuñalar el estómago. Cuando se dieron cuenta de lo que habían hecho, salieron corriendo, mientras el aturdido cuerpo de Adonis se retorcía de dolor y la sangre se filtraba entre sus manos, con las que se agarraba fuerte las heridas evitando que la vida se le escapara tan rápido. Venus, asustada y presa de un repentino miedo a perder a Adonis, mandó a su chofer volver al barrio en búsqueda de su joven amado, y sus rodillas apenas podían aguantar el peso de su delgado cuerpo cuando sus ojos vieron cómo un charco rojo rodeaba el cuerpo sin vida de más bello hijo del incesto, Adonis. Tirada sobre el cadáver del ratero hijo de las putas, Venus gritó ¡No, no morirás ni en mi memoria ni en la memoria de nadie! ¡Por el dolor de tu pasión y muerte, por el dolor de mi pasión y pena, de tu sangre nacerá una flor! Proserpina cambió a Menta en una flor que llevó su nombre...¡y yo haré el mismo prodigio en favor de mi amante! Dicho esto, Venus extendió un néctar sobre la sangre de Adonis, y de las gotas de ésta nacieron pequeños pétalos rojos.

Es así como nació la anemona, de la sangre del hijo de una loca a la que su padre mandó matar porque no podía aguantar saber que le gustaba follar como al resto de mujeres. 

(En palabras de Oviodio)

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